domingo, 17 de enero de 2016

CONCEPTO DE SALUD EN EL ANTIGUO TESTAMENO

CONCEPTO DE SALUD EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.

“La alegría se puede comparar a un perenne banquete, que sostiene y refuerza la buena disposición del alma y del cuerpo” (Prov.,15)
En la actualidad se define el concepto de salud como “el bienestar físico y mental de la persona humana”. Esta es la conclusión a la que se ha llegado, analizando todos los aspectos de lo que, normalmente entendemos de por salud. Es la  definición que mejor  cuadra y satisface, cuando la analizamos, teniendo en cuenta lo que entendemos por salud, desde el punto de vista sanitario, socio-cultural e, incluso, filosófico. Tanto es así que es una definición admitida  universalmente.   Consideramos, por tanto, que una persona goza de una buena salud, es decir, de una salud suficientemente completa, cuando usufructúa un estado satisfactorio de bienestar físico y mental. Todo el mundo admite, sin la menor duda, que ésta es una definición de salud bastante acertada.
Pero, como vamos a ver, hemos de admitir  que tal definición de salud no es una conclusión reciente, sino que ya se admitía, prácticamente en los mismos términos, desde la más remota antigüedad. Así, por ejemplo, podemos comprobarlo si leemos ciertos pasajes del Antiguo Testamento, como son  los que refleja Jesús hijo de Sirac en su obra, denominada el Eclesiástico,  ya en el s. II a. de C.  En ella nos dice literalmente (30,16): “No hay riqueza que valga lo que la salud del cuerpo, y no hay bien como el gozo del corazón”. Vemos, pues, como en este aserto alude directamente a los dos aspectos fundamentales del concepto actual de salud: la salud del cuerpo (el bienestar físico) y el gozo del corazón (bienestar mental o espiritual). Mas adelante, en la misma obra, (30,23) afirma: “La vida del hombre es el gozo del corazón”. Aquí viene a decirnos que si  nuestro vivir no va acompañado de bienestar espiritual, o, lo que es lo mismo, gozo en el corazón, difícilmente podremos catalogar la vida que llevamos como una vida satisfactoria, es decir, sana. Y es que, efectivamente, así se pensaba entonces y, de la misma manera,  se sigue  opinando actualmente; pues, ahora también es frecuente oír decir  a nivel popular, a título de lamentación, ante una vida poco satisfactoria o, lo que es lo mismo, poco sana: la vida sin alegría no merece llamarse vida; o, también, cómo, ante una vida carente de placer y satisfacción, las gentes le dispensan  calificativos tales como: perra vida, esto no es vida, esto es un sin vivir, … Esto se dice cuando el hombre, por el motivo que sea, no siente gozo en el corazón, y se encuentra deprimido, triste y melancólico —no goza de buena salud mental—; y ello, aunque disfrute de buen estado físico.    
Volviendo a este autor sagrado, hemos de admitir que considera,  y así lo refleja en su obra, que la alegría es fuente salud para el cuerpo físico, y viceversa, que la salud física o del cuerpo viene a constituir en el ser humano un terreno abonado para que fructifique la alegría del alma, y, por tanto, así se pueda disfrutar de una salud integral, completa y auténtica.  Se deduce de todo ello que, ya, en aquella época, la salud venía a considerarse como una unidad binomial; es decir, se pensaba que la salud presentaba  dos aspectos, uno físico y otro mental o espiritual; y que, precisamente,  ambos aspectos  se influenciaban  recíprocamente de una  forma armónica en esa unidad psicosomática que es el ser humano.
En otra ocasión, afirma este mismo autor, en la misma obra: “El sueño de un corazón contento es mejor que los más delicados manjares” (30,27). Aquí, el mencionado escriba, consciente de que un tercio de la vida del hombre transcurre durmiendo, llega a la conclusión de que el sueño es algo fundamental en la vida humana, al constituir una función inherente al ser humano; y que, normalmente, un sueño satisfactorio —aquel que, cumpliendo con su finalidad fisiológica,  proporciona la necesaria energía reparadora—, sólo se da en un corazón alegre. Equipara, como vemos, los beneficios que proporciona al alma  un sueño tranquilo y reparador, con los que obtiene el cuerpo físico mediante el consumo de los alimentos más adecuados, nutritivos y completos. Como extremo opuesto, se deduce que no debe ocurrir lo mismo con el sueño en quien no es poseedor de un corazón sano, en quien está dominado por sentimientos retorcidos, poco rectos, como son las bajas pasiones, o quien está dominado la desesperanza  y la intranquilidad  en general. El sueño en estas personas no es un sueño sano y no cumple a la perfección su función reparadora, siendo, por tanto, un sueño defectuoso, patológico, que a la larga puede llegar a producir en la persona humana un deterioro general o pérdida  de la salud.
Por eso concluye el sabio: “Anímate y consuela tu corazón, y echa lejos de ti la tristeza, porque a muchos mató la tristeza y no hay utilidad en ella” (30, 24-25). Efectivamente, el hombre sensato debe ejercitarse en la práctica de desechar de sí la tristeza, pues, está comprobado que ésta no tiene utilidad, ni reporta beneficio ninguno: ni puede servirnos para impedir los males que ya sobrevinieron, ni va a evitar que acaezcan  los que nos amenazan.  Indudablemente, es preferible adoptar ante la vida una actitud optimista, tanto para soportar y superar las dificultades presentes, como para esperar las que, a pesar de nuestras lógicas medidas preventivas,  nos reserva el porvenir. Debemos estar predispuestos para aceptar con optimismo todos los inevitables contratiempos de la vida, y que, como acabamos de admitir, lógicamente, no podamos humanamente prevenir.

La tristeza es un  mal al cual nunca debe abandonarse el ser humano, pues, ésta constituye, de por sí, un factor de riesgo o puerta abierta ante enfermedades tan graves como son la melancolía patológica y las grandes depresiones, que, efectivamente, pueden conducir a la muerte. El hombre está capacitado, en un principio, para luchar contra la tristeza, recuperando en su alma, con decisión, un sano optimismo, una esperanza positiva. Es sumamente saludable, para el hombre, la fe en el porvenir, la confianza en el ser humano, el afán para descubrir, captar y disfrutar de la belleza y de la maravillosa grandeza  de la creación; hay salud en el alma que cultiva la capacidad innata de impartir amor de forma desinteresada. Sólo, mediante dichos recursos se puede uno oponer, con eficacia, y romper, definitivamente, ese círculo vicioso y destructor que suele desencadenar la tristeza en el ser humano, el cual, como dice el sabio autor del libro del Antiguo Testamento, conlleva apatía, pérdida de energías, debilitamiento, desaliento, abandono, deterioro físico y psíquico progresivos y que, consiguientemente, en sus estadios más avanzados, puede  llegar a conducir a la muerte.

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