CONCEPTO DE SALUD EN EL ANTIGUO TESTAMENTO.
“La alegría se puede
comparar a un perenne banquete, que sostiene y refuerza la buena disposición
del alma y del cuerpo” (Prov.,15)
En la actualidad se define el concepto de
salud como “el bienestar físico y mental de la persona humana”. Esta es la
conclusión a la que se ha llegado, analizando todos los aspectos de lo que,
normalmente entendemos de por salud. Es la
definición que mejor cuadra y
satisface, cuando la analizamos, teniendo en cuenta lo que entendemos por
salud, desde el punto de vista sanitario, socio-cultural e, incluso,
filosófico. Tanto es así que es una definición admitida universalmente. Consideramos, por tanto, que una persona
goza de una buena salud, es decir, de una salud suficientemente completa,
cuando usufructúa un estado satisfactorio de bienestar físico y mental. Todo el
mundo admite, sin la menor duda, que ésta es una definición de salud bastante
acertada.
Pero, como vamos a ver, hemos de admitir que tal definición de salud no es una
conclusión reciente, sino que ya se admitía, prácticamente en los mismos
términos, desde la más remota antigüedad. Así, por ejemplo, podemos comprobarlo
si leemos ciertos pasajes del Antiguo Testamento, como son los que refleja Jesús hijo de Sirac en su
obra, denominada el Eclesiástico, ya en
el s. II a. de C. En ella nos dice
literalmente (30,16): “No hay riqueza que
valga lo que la salud del cuerpo, y no hay bien como el gozo del corazón”. Vemos,
pues, como en este aserto alude directamente a los dos aspectos fundamentales
del concepto actual de salud: la salud del cuerpo (el bienestar físico) y el
gozo del corazón (bienestar mental o espiritual). Mas adelante, en la misma
obra, (30,23) afirma: “La vida del hombre
es el gozo del corazón”. Aquí viene a decirnos que si nuestro vivir no va acompañado de bienestar
espiritual, o, lo que es lo mismo, gozo en el corazón, difícilmente podremos
catalogar la vida que llevamos como una vida satisfactoria, es decir, sana. Y
es que, efectivamente, así se pensaba entonces y, de la misma manera, se sigue
opinando actualmente; pues, ahora también es frecuente oír decir a nivel popular, a título de lamentación,
ante una vida poco satisfactoria o, lo que es lo mismo, poco sana: la vida sin alegría no merece llamarse vida;
o, también, cómo, ante una vida carente de placer y satisfacción, las gentes le dispensan calificativos tales como: perra vida, esto no es vida, esto es un sin
vivir, … Esto se dice cuando el
hombre, por el motivo que sea, no siente gozo en el corazón, y se encuentra
deprimido, triste y melancólico —no goza de buena salud mental—; y ello, aunque
disfrute de buen estado físico.
Volviendo a este autor sagrado, hemos de
admitir que considera, y así lo refleja
en su obra, que la alegría es fuente salud para el cuerpo físico, y viceversa,
que la salud física o del cuerpo viene a constituir en el ser humano un terreno
abonado para que fructifique la alegría del alma, y, por tanto, así se pueda
disfrutar de una salud integral, completa y auténtica. Se deduce de todo ello que, ya, en aquella
época, la salud venía a considerarse como una unidad binomial; es decir, se
pensaba que la salud presentaba dos
aspectos, uno físico y otro mental o espiritual; y que, precisamente, ambos aspectos se influenciaban recíprocamente de una forma armónica en esa unidad psicosomática
que es el ser humano.
En otra ocasión, afirma este mismo autor, en
la misma obra: “El sueño de un corazón
contento es mejor que los más delicados manjares” (30,27). Aquí, el
mencionado escriba, consciente de que un tercio de la vida del hombre
transcurre durmiendo, llega a la conclusión de que el sueño es algo fundamental
en la vida humana, al constituir una función inherente al ser humano; y que,
normalmente, un sueño satisfactorio —aquel que, cumpliendo con su finalidad
fisiológica, proporciona la necesaria
energía reparadora—, sólo se da en un corazón alegre. Equipara, como vemos, los
beneficios que proporciona al alma un
sueño tranquilo y reparador, con los que obtiene el cuerpo físico mediante el
consumo de los alimentos más adecuados, nutritivos y completos. Como extremo
opuesto, se deduce que no debe ocurrir lo mismo con el sueño en quien no es
poseedor de un corazón sano, en quien está dominado por sentimientos
retorcidos, poco rectos, como son las bajas pasiones, o quien está dominado la
desesperanza y la intranquilidad en general. El sueño en estas personas no es
un sueño sano y no cumple a la perfección su función reparadora, siendo, por
tanto, un sueño defectuoso, patológico, que a la larga puede llegar a producir
en la persona humana un deterioro general o pérdida de la salud.
Por eso concluye el sabio: “Anímate y consuela tu corazón, y echa lejos
de ti la tristeza, porque a muchos mató la tristeza y no hay utilidad en ella” (30,
24-25). Efectivamente, el hombre sensato debe ejercitarse en la práctica de
desechar de sí la tristeza, pues, está comprobado que ésta no tiene utilidad,
ni reporta beneficio ninguno: ni puede servirnos para impedir los males que ya
sobrevinieron, ni va a evitar que acaezcan
los que nos amenazan.
Indudablemente, es preferible adoptar ante la vida una actitud
optimista, tanto para soportar y superar las dificultades presentes, como para
esperar las que, a pesar de nuestras lógicas medidas preventivas, nos reserva el porvenir. Debemos estar
predispuestos para aceptar con optimismo todos los inevitables contratiempos de
la vida, y que, como acabamos de admitir, lógicamente, no podamos humanamente
prevenir.
La tristeza es un mal al cual nunca debe abandonarse el ser
humano, pues, ésta constituye, de por sí, un factor de riesgo o puerta abierta
ante enfermedades tan graves como son la melancolía patológica y las grandes
depresiones, que, efectivamente, pueden conducir a la muerte. El hombre está
capacitado, en un principio, para luchar contra la tristeza, recuperando en su
alma, con decisión, un sano optimismo, una esperanza positiva. Es sumamente
saludable, para el hombre, la fe en el porvenir, la confianza en el ser humano,
el afán para descubrir, captar y disfrutar de la belleza y de la maravillosa
grandeza de la creación; hay salud en el
alma que cultiva la capacidad innata de impartir amor de forma desinteresada.
Sólo, mediante dichos recursos se puede uno oponer, con eficacia, y romper,
definitivamente, ese círculo vicioso y destructor que suele desencadenar la
tristeza en el ser humano, el cual, como dice el sabio autor del libro del
Antiguo Testamento, conlleva apatía, pérdida de energías, debilitamiento,
desaliento, abandono, deterioro físico y psíquico progresivos y que,
consiguientemente, en sus estadios más avanzados, puede llegar a conducir a la muerte.
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