Ya,
en el primer tercio del siglo VI, cuando en Hispania la cultura inherente a la
tradición grecorromana había decaído profundamente tras la invasión de las
tribu centroeuropeas; cuando dominaban los bizantinos en el sur y los
visigodos en el este de la península, aun destacó, por su alto nivel cultural, San Isidoro de Sevilla (h. 560-636).
Pertenecía éste a una poderosa familia grecorromana de Cartagena, que hubo de
desplazarse a Sevilla ante la ocupación bizantina. A la muerte de San Leandro,
su hermano y preceptor, ocupó el cargo de obispo de la capital andaluza. Además de ser un infatigable luchador contra
el arrianismo, era poseedor de una amplia cultura. Entre sus numerosos escritos,
destaca la famosa enciclopedia denominada Etomologiae,
que consta de veinte partes. Pretende en esta obra compendiar gran parte del
saber de su época, desde las matemáticas a la agronomía. En el “libro” IV de la
misma (De medicina), expone concisas
nociones de fisiología, define dolencias concretas y ofrece remedios
terapéuticos. Con esta obra, la medicina de la época se eleva desde el inculto
curanderismo popular, en que había caído, hasta una auténtica ars magistralis, con lo cual se recupera
en Hispania el saber clásico interrumpido por la invasión de los pueblos
germanos.
Después,
debido a las luchas nobiliarias e intrigas palaciegas y, sobre todo, a la
relajación moral, el pueblo visigodo se fue debilitando en todos los aspectos y terminó sumido en una progresiva regresión cultural. En esta situación, no es
de extrañar que se convirtiese en una presa fácil ante cualquier invasión. Y
así ocurrió, dividido y prácticamente indefenso, terminó por caer en manos de
las belicosas hordas islámicas, que fanatizadas por la guerra santa (Jihad), penetraron por el sur (a.711),
cual un ciclón arrollador.
Mas,
mientras tanto, la revolución islámica se había extendido por la mayor parte
del mundo clásico y terminó dominando los grandes centros de la cultura mundial,
incluida la Grecia clásica, Constantinopla, Alejandría e, incluso, gran parte
de Persia. Y, poco a poco, tras la guerra victoriosa, aquel pueblo sarraceno,
hasta entonces, profundamente inculto, siguiendo las recomendaciones de Mahoma
(“quien deja su casa para dedicarse a la ciencia sigue los caminos de Alá”),
fue traduciendo al árabe y asimilando, poco a poco, la cultura clásica de los
pueblos vencidos; sabiduría que, en las sucesivas invasiones y avatares
políticos, fue llegando y arraigando en al-Ándalus.
Hasta
el reinado de abd al-Rahman III (912-961), el primer califa hispano, que fue el
gran impulsor y gran mecenas de la cultura de su tiempo, la medicina de
al-Ándalus podemos encontrarla resumida en el Libro de las generaciones de los médicos, del cordobés del siglo XI Ibn Yulyul. Precisamente, en esta obra detalla cómo la mayoría de los
clínicos destacados y de las obras médicas que se utilizaban pertenecían a la
llamada “escuela de los cristianos”. Refiere como, a la sazón, los cristianos y
los judíos cultos (dhimmíes) eran
llamados por los árabes “gentes de libro” (Antiguo Testamento) y gozaban,
previo pago de una jizya o
capacitación establecida, de un pacto de protección del Islam, conocido como dhimma.
Así, por ejemplo, narra las curiosas circunstancias en que llegó a poder
de Abderramán III un ejemplar de la obra Materia
médica (h. 77) del griego Dioscórides, médico del ejército de Nerón. Relata
Yulyul, literalmente: “El soberano andalusí Abd al-Rahman al-Nasir (Abderramán
III) recibió de Romano, emperador de Bizancio, en el año 948, una carta y
regalos de gran valor, entre los que se encontraba el tratado de Dioscórides,
ilustrado con magníficas pinturas […]” El emperador le decía en su carta: “No
puede aprovecharse el Dioscórides más que con un traductor que domine el griego
y conozca los medicamentos. Si tienes en tu país uno que reúna estos saberes,
obtendrás ¡oh Rey! el mayor provecho de este libro […]” Entre los cristianos de
Córdoba no había nadie que supiese leer el griego de la obra de Dioscórides,
que era dialecto jonio antiguo, y el libro se quedó en la gran biblioteca que
había construido al-Nasir en Medina
Zahara. Pero éste, en su respuesta al emperador Romano, le pidió que le enviase
alguien que hablara griego y latín para que enseñara esos idiomas a los
esclavos cristianos, que así se convertirían en traductores. Efectivamente, el
emperador le mandó un monje llamado Nicolás,
que llegó a Córdoba en 951. Dicho monje se convirtió en amigo íntimo del judío Hasday ibn Saprut, que, por la cuenta
que le traía, tenía gran interés en satisfacer a su señor el califa, y ambos
juntos tradujeron e interpretaron la obra de Dioscórides. Así, el mismo Ibn Yulyul tuvo acceso a la mencionada obra y pudo escribir el
primer comentario andalusí sobre la Materia
médica de Dioscórides y una Epístola
acerca de los medicamentos que no cita Dioscórides. Fue en este momento
histórico, durante el reinado gran califa epiléptico Abderraman III, cuando se
inicia una gloriosa trayectoria para la medicina andalusí y para la ciencia en
general. Durante varios siglos van apareciendo, encadenadamente, una serie de
grandes figuras, profundos conocedores y estudiosos de la medicina clásica, que
se preocupan de actualizarla, difundirla y llevarla a la práctica.
Con respecto a la farmacología, merece
especial mención Ibn al-Wafid
(1007-1074) que escribió sobre medicamentos simples, impulsó la farmacopea de
su tiempo, fue el fundador del llamado Huerto del Rey en Toledo, y allí realizó
experimentos de aclimatación y de fecundación artificial de plantas. También
hay que mencionar al cordobés al-Gafiqi,
del que el premio Nobel Meyerhof ha asegurado que se trata del farmacólogo
de mayor prestigio del Islam medieval, sobre todo por sus perfectas
descripciones botánicas. Esta acreditada trayectoria de la farmacopea andalusí
culminó con la Colección de medicamentos
y alimentos simples, del malagueño Ibn
al-Baytar (m. 1248), en la que, al millar de fármacos clásicos conocidos,
añade otro medio millar, de los cuales unos doscientos corresponden a especies
botánicas nuevas. Se afirma que fue una gran contrariedad, el que esta gran
obra no fuese conocida en Europa a su debido tiempo, por haber cesado en
aquella época la traducción al latín de las obras médicas árabes.
En la
famosa y cortesana ciudad de Medina Zahara, cuya construcción fue iniciada por
Abderramán III, en las afueras de Córdoba, nació Abul Qasim al-Zaharawi
(936-1013), llamado en latín Abulcasis. Si
alguien debe figurar, con el mayor merecimiento, en los anales de la medicina
andalusí es este médico cordobés; y ello, aunque sólo sea por haber escrito la
una gran enciclopedia médica (Kitab
al-tesrif), que consta de 30 tratados. De ella, destaca la parte dedicada a
la cirugía, que fue traducida en el siglo XII, en la Escuela de Traductores de
Toledo, por Gerardo de Cremona, y conocida en la Edad Media en todo occidente
con el nombre de Chirugia
. Hoy podemos asegurar que constituyó el basamento de la cirugía posterior, tanto islámica como europea. Tan colosal obra comprende tres libros: el primero dedicado a las técnicas de cauterización que se utilizaban en las distintas operaciones y hemostasias, excluyendo, por peligrosa, la toracocentesis; también habla de las ligaduras de vasos y de la aplicación de sustancias astringentes; el segundo, donde expone la técnica de la litotomía, de las amputaciones de los miembros, del tratamiento quirúrgico de las hernias y de la trepanación craneal; y el tercero está dedicado a las fracturas y luxaciones. Hay que reconocer que Abulcasis se basa fundamentalmente en el sexto “libro” del griego Pablo de Egina, aunque, sobre el contenido de éste, añade numerosos procedimientos quirúrgicos nuevos, unos tomados de la cirugía clásica india y otros muchos, fruto de su propia experiencia.
. Hoy podemos asegurar que constituyó el basamento de la cirugía posterior, tanto islámica como europea. Tan colosal obra comprende tres libros: el primero dedicado a las técnicas de cauterización que se utilizaban en las distintas operaciones y hemostasias, excluyendo, por peligrosa, la toracocentesis; también habla de las ligaduras de vasos y de la aplicación de sustancias astringentes; el segundo, donde expone la técnica de la litotomía, de las amputaciones de los miembros, del tratamiento quirúrgico de las hernias y de la trepanación craneal; y el tercero está dedicado a las fracturas y luxaciones. Hay que reconocer que Abulcasis se basa fundamentalmente en el sexto “libro” del griego Pablo de Egina, aunque, sobre el contenido de éste, añade numerosos procedimientos quirúrgicos nuevos, unos tomados de la cirugía clásica india y otros muchos, fruto de su propia experiencia.
A la
preeminente escuela quirúrgica que fundó Abulcasis en Córdoba, la primera de
Europa, acudían, para curarse o instruirse, pacientes y estudiantes procedentes
de todo el mundo. Adelantándose a su tiempo, considera que la preparación
anatómica de los cirujanos es indispensable. A este respecto, dice: “El motivo
por el que no se encuentra hoy día un buen cirujano es que la medicina exige
tiempo, y quien quiera ejercerla debe estudiar previamente anatomía, como dijo
Galeno, a fin de conocer los órganos, sus formas, estructuras, relaciones y
divisiones; conocer los huesos, los tendones y los músculos, su número y su
trayecto, las venas y las arterias, así como las regiones por donde
transcurren. De aquí que Hipócrates dijera que hay médicos de nombre, pero
pocos de hecho, sobre todo en cirugía. Si se ignoran los conocimientos
anatómicos de que hemos hablado, se caerá necesariamente en el error, lo cual
es mortal para los enfermos […] He visto a un médico ignorante seccionar las
arterias cervicales al incidir un tumor escrufuloso del cuello de una mujer y
provocar tal hemorragia que la mujer quedó muerta en sus manos. He visto a otro
médico realizar la extracción de un cálculo en un anciano; el cálculo era
enorme; al practicar la extracción arrancó parte de la pared vesical y el
enfermo murió en tres días.” La parte quirúrgica del Tesrif está ilustrada con los dibujos de dos centenares de
prácticos instrumentos medicoquirúrgicos, diseñados por el él mismo, algunos de
los cuales se utilizan aun, y que se difundieron rápidamente por el resto de
Europa.
Es,
precisamente, en la obra de Abulcasis donde mejor se puede comprobar, —como el
mismo manifiesta—, que la medicina de al-Ándalus, consiste, fundamentalmente,
en una puesta al día, arabizada, de la medicina clásica de Hipócrates y de
Galeno, con algunos rasgos añadidos, procedentes de la cultura médica de la
India.
Tras
el gran impulso que supuso la obra enciclopédica de Abulcasis, surgió, un siglo
después, un nuevo genio en la materia. Fue el sevillano Abu-Marwan ibn Zuhr
(1092-1161), en latín Avenzoar, considerado
por sus contemporáneos como el médico más importante desde Galeno. Pertenecía a
una familia de médicos. Trabajó en Sevilla, al servicio de los almorávides y
después de los almahades. Los almorávides terminaron por desterrarlo y
encarcelado, junto a su padre Abu al-Alá, en el Zagreb. Ya en prisión, también
se hizo famoso sanando a los presos y sus carceleros. Se dice que el mismo
gobernador, Ali Yusuf ben Tasufin, que lo encarceló, lo reclamó y lo trajo a
Sevilla para que curara a su hijo y e él mismo, tras lo cual lo devolvió a
prisión. Caído el mencionado gobernador,
a quien Avenzoar calificaba de “canalla”, fue liberado por las tropas
almohades, traído a la península en 1148, nombrado médico de cámara y ministro
del califa almohade Abd al-Mumin, residiendo con merecida fama en Sevilla hasta
su muerte. Se caracterizó por sus excepcionales dotes de observador clínico, en
cuyo aspecto se puede situar a la extraordinaria altura del persa, de origen
árabe, llamado Rhazes. Su principal obra, Kitab
al-Teysir, (Libro de la ciencia de curar), escrito a requerimiento de
Averroes, —a quien se lo dedicó—, contiene descripciones de enfermedades tales
como los tumores del mediastino, la pericarditis, la parálisis laríngea y la
otitis media. Cuando se ocupa de las alteraciones del pericardio, dice, por
ejemplo: “El agua que se acumula entre las capas del pericardio es un
infiltrado semejante a la orina. En estos casos los enfermos adelgazan y
pierden mucho peso hasta que mueren, como muere el tísico […] En el pericardio
también se pueden acumular sustancias en forma de capas duras, como si fueran
membranas, unas encima de otras […] Pueden producirse abscesos en la membrana
pericárdica, que son agudos y malignos. Estos casos se curan si el médico acude
a tiempo y no se retrasa su tratamiento […] pero si el médico se retrasa,
aunque sea poco, el enfermo se muere, porque el pericardio es una parte
principal, sobre todo por su proximidad al corazón. Si ocurre esto será por
culpa del retraso del enfermo en acudir al médico. Si se cura, el corazón será
más fuerte y de mayor rendimiento, porque el corazón humano tiene una gran
capacidad y si se aumentan sus actividades, aumenta su eficacia. En ocasiones,
sin embargo, el enfermo se debilita. Yo he visto un enfermo que padecía una
debilidad extremada; sus fuerzas fueron cayendo y su actividad disminuyó hasta
que murió. Su muerte se debió a que quiso tomar un baño en agua caliente. Yo lo
consideré peligroso y le aconsejé que no lo hiciera; pero no me hizo caso y se
bañó, tras unos momentos, salió y murió. Su muerte fue tranquila.” Además,
Avenzoar describe exactamente varias filarias (Filaria spp.), la ladilla (Phthirus
pubis) y el ácaro de la sarna (Sarcoposter
scabei), que, como es sabido, tiene un tamaño de entre dos y cinco décimas
de milímetro.
Un
gran difusor del pensamiento aristotélico en occidente fue Abul Walid
Muhammad b. Ahmad ibn Rusd (1126-1192),
nacido en Córdoba, conocido en latín como Averroes.
Era poseedor de una cultura enciclopédica. Ocupó importantes cargos con los
almohades: fue juez y médico de las altas jerarquías. No obstante, por motivos
político-religiosos fue desterrado a Lucena, tachado de hereje, y sus escritos
filosóficos fueron prohibidos. Como médico, intentó armonizar el pensamiento
biológico de Aristóteles y el sistema de Galeno, principalmente, en un estudio
acerca de la generación de la sangre. Estudió y comentó los escritos de Avicena
y escribió libros sobre las fiebres, los venenos y la teriaca (preparación
farmacéutica compuesta por numerosos productos y que se usaba como antídoto de
los envenenamientos). Pero, su obra de medicina más importante fue la que
tituló Kitab al-Kulliyat y que se
tradujo al latín con el nombre de Colloget,
que sintetiza en siete libros la anatomía, la fisiología y los aspectos
teóricos de la patología, la terapéutica y la higiene. En esta obra, termina
aconsejando que, para solucionar las cuestiones prácticas, se acuda al Teysir de Avenzoar. Como filósofo,
fueron tan profundos, acertados y esclarecedores sus comentarios sobre
Aristóteles y tan grande la influencia que llegó a producir en la cultura
occidental de su tiempo que en la Europa bajomedieval se le conoció como el
sobrenombre del Comentator y su
doctrina filosófica, denominada Averroísmo,
se prolongó durante todo el periodo escolástico, hasta principios del siglo
XVII.
Coetáneo
de Averroes fue el judío cordobés Maimónides,
Moshen ibn Maimon (1135-1204). Pertenecía a una familia semítica
aristocrática y culta, descendiente en línea directa del rey David. Se le
conoció como “el español” o “el sefardí” por los musulmanes. Profundo conocedor
del hebreo, árabe y latín. Murió en Alejandría, siendo médico del sultán
Saladino, pues también, como consecuencia de la intransigencia almohade, fue
exilado, primero a Almería y después al Cairo. Gran filósofo y gran médico,
integró, lo mismo que Averroes, las ideas aristotélicas y las galénicas, pero
con un planteamiento aún más práctico. Dividió la medicina en preventiva,
curativa y paliativa, haciendo especial hincapié en la atención a los
convalecientes. Entre sus escritos médicos más importantes destacan: Comentarios a los aforismos de Hipócrates,
Aforismos médicos, un tratado de venenos y antídotos, una epístola
“dietética” y monografías sobre el asma y la higiene sexual.
Como
es sabido, en aquella época, las grandes plagas de la humanidad eran las pestes
y fue tristemente célebre la de 1348. Es así, que en al-Ándalus aparecieron una
serie de tratados sobre semejantes calamidades. M. Meyerhof ha afirmado que el
escrito del almeriense Ibn Jatima,
al respecto, “es infinitamente superior a las numerosas obras europeas sobre
epidemias, escritas entre los siglos XIV y XVI”, sobre todo, por la clara
exposición acerca de los contagios, basada en las observaciones propias: “el
resultado de mi larga experiencia es que si una persona se pone en contacto con
un apestado, inmediatamente se ve atacada por la epidemia y experimenta los
mismos síntomas. Si el primer enfermo expectora sangre, al segundo le sucede lo
mismo […] Si al primero se le presentan bubas, el segundo aparece con ellas en
los mismos sitios. Si el primero tiene una úlcera, al segundo se le presentará
también; y este segundo paciente a su vez transmite la enfermedad.”
Ibn al-Jatib (1313-1374), nacido en Loja
(Granada), político e historiador del reino de Granada, al final fue víctima de
una conjura política, acusado de hereje y encarcelado. En el aspecto médico
escribió sobre el desarrollo del feto, sobre la preparación de teriaca, sobre
la higiene en cada estación del año; escribió un compendio de medicina y otro
sobre la peste, en el que también defendió la teoría del contagio: “La
existencia del contagio está demostrada por la experiencia, el estudio y la
certeza de los sentidos.”
Por
último, en el mundo islámico de al-Ándalus también se estudiaron las
enfermedades de los niños. Ya en el siglo X, Arib ibn Sad, en Córdoba, publicó una serie de estudios
monográficos sobre las enfermedades de los niños. Parece estar demostrado que
se basó, entre otras, en la obra del médico helénico Dammastes (anterior al
siglo II), titulada Sobre el tratamiento
de las puérperas y los niños, así como en los escritos de Sorano de Éfeso,
que habían sido traducidos al latín en el siglo V por Celio Aureliano y
posteriormente resumidos por Muscio y que también fueron traducidos al árabe.
Posteriormente, estos textos, transmitidos por los árabes, fueron los
fundamentos sobre los que posteriormente se consolidó la pediatría en la época
del Renacimiento.
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Enciclopédico Espasa. Madrid. Espasa Calpe S.A. 1998
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