martes, 19 de enero de 2016

BREVE HISTORIOGRAFÍA MÉDICA DE AL-ANDALUS



Ya, en el primer tercio del siglo VI, cuando en Hispania la cultura inherente a la tradición grecorromana había decaído profundamente tras la invasión de las tribu centroeuropeas; cuando dominaban los bizantinos en el sur y los visigodos en el este de la península, aun destacó, por su alto nivel cultural, San Isidoro de Sevilla (h. 560-636). Pertenecía éste a una poderosa familia grecorromana de Cartagena, que hubo de desplazarse a Sevilla ante la ocupación bizantina. A la muerte de San Leandro, su hermano y preceptor, ocupó el cargo de obispo de la capital andaluza.  Además de ser un infatigable luchador contra el arrianismo, era poseedor de una amplia cultura. Entre sus numerosos escritos, destaca la famosa enciclopedia denominada Etomologiae, que consta de veinte partes. Pretende en esta obra compendiar gran parte del saber de su época, desde las matemáticas a la agronomía. En el “libro” IV de la misma (De medicina), expone concisas nociones de fisiología, define dolencias concretas y ofrece remedios terapéuticos. Con esta obra, la medicina de la época se eleva desde el inculto curanderismo popular, en que había caído, hasta una auténtica ars magistralis, con lo cual se recupera en Hispania el saber clásico interrumpido por la invasión de los pueblos germanos.
Después, debido a las luchas nobiliarias e intrigas palaciegas y, sobre todo, a la relajación moral, el pueblo visigodo se fue debilitando en todos los aspectos y terminó sumido en una progresiva regresión cultural. En esta situación, no es de extrañar que se convirtiese en una presa fácil ante cualquier invasión. Y así ocurrió, dividido y prácticamente indefenso, terminó por caer en manos de las belicosas hordas islámicas, que fanatizadas por la guerra santa (Jihad), penetraron por el sur (a.711), cual un ciclón arrollador.
Mas, mientras tanto, la revolución islámica se había extendido por la mayor parte del mundo clásico y terminó dominando los grandes centros de la cultura mundial, incluida la Grecia clásica, Constantinopla, Alejandría e, incluso, gran parte de Persia. Y, poco a poco, tras la guerra victoriosa, aquel pueblo sarraceno, hasta entonces, profundamente inculto, siguiendo las recomendaciones de Mahoma (“quien deja su casa para dedicarse a la ciencia sigue los caminos de Alá”), fue traduciendo al árabe y asimilando, poco a poco, la cultura clásica de los pueblos vencidos; sabiduría que, en las sucesivas invasiones y avatares políticos, fue llegando y arraigando en al-Ándalus.
Hasta el reinado de abd al-Rahman III (912-961), el primer califa hispano, que fue el gran impulsor y gran mecenas de la cultura de su tiempo, la medicina de al-Ándalus podemos encontrarla resumida en el Libro de las generaciones de los médicos, del cordobés del siglo XI Ibn Yulyul. Precisamente, en esta obra detalla cómo la mayoría de los clínicos destacados y de las obras médicas que se utilizaban pertenecían a la llamada “escuela de los cristianos”. Refiere como, a la sazón, los cristianos y los judíos cultos (dhimmíes) eran llamados por los árabes “gentes de libro” (Antiguo Testamento) y gozaban, previo pago de una jizya o capacitación establecida, de un pacto de protección del Islam, conocido como dhimma.  Así, por ejemplo, narra las curiosas circunstancias en que llegó a poder de Abderramán III un ejemplar de la obra Materia médica (h. 77) del griego Dioscórides, médico del ejército de Nerón. Relata Yulyul, literalmente: “El soberano andalusí Abd al-Rahman al-Nasir (Abderramán III) recibió de Romano, emperador de Bizancio, en el año 948, una carta y regalos de gran valor, entre los que se encontraba el tratado de Dioscórides, ilustrado con magníficas pinturas […]” El emperador le decía en su carta: “No puede aprovecharse el Dioscórides más que con un traductor que domine el griego y conozca los medicamentos. Si tienes en tu país uno que reúna estos saberes, obtendrás ¡oh Rey! el mayor provecho de este libro […]” Entre los cristianos de Córdoba no había nadie que supiese leer el griego de la obra de Dioscórides, que era dialecto jonio antiguo, y el libro se quedó en la gran biblioteca que había construido  al-Nasir en Medina Zahara. Pero éste, en su respuesta al emperador Romano, le pidió que le enviase alguien que hablara griego y latín para que enseñara esos idiomas a los esclavos cristianos, que así se convertirían en traductores. Efectivamente, el emperador le mandó un monje llamado Nicolás, que llegó a Córdoba en 951. Dicho monje se convirtió en amigo íntimo del judío Hasday ibn Saprut, que, por la cuenta que le traía, tenía gran interés en satisfacer a su señor el califa, y ambos juntos tradujeron e interpretaron la obra de Dioscórides.  Así, el mismo Ibn Yulyul tuvo acceso a la mencionada obra y pudo escribir el primer comentario andalusí sobre la Materia médica de Dioscórides y una Epístola acerca de los medicamentos que no cita Dioscórides. Fue en este momento histórico, durante el reinado gran califa epiléptico Abderraman III, cuando se inicia una gloriosa trayectoria para la medicina andalusí y para la ciencia en general. Durante varios siglos van apareciendo, encadenadamente, una serie de grandes figuras, profundos conocedores y estudiosos de la medicina clásica, que se preocupan de actualizarla, difundirla y llevarla a la práctica.
 Con respecto a la farmacología, merece especial mención Ibn al-Wafid (1007-1074) que escribió sobre medicamentos simples, impulsó la farmacopea de su tiempo, fue el fundador del llamado Huerto del Rey en Toledo, y allí realizó experimentos de aclimatación y de fecundación artificial de plantas. También hay que mencionar al cordobés al-Gafiqi, del que el premio Nobel Meyerhof ha asegurado que se trata del farmacólogo de mayor prestigio del Islam medieval, sobre todo por sus perfectas descripciones botánicas. Esta acreditada trayectoria de la farmacopea andalusí culminó con la Colección de medicamentos y alimentos simples, del malagueño Ibn al-Baytar (m. 1248), en la que, al millar de fármacos clásicos conocidos, añade otro medio millar, de los cuales unos doscientos corresponden a especies botánicas nuevas. Se afirma que fue una gran contrariedad, el que esta gran obra no fuese conocida en Europa a su debido tiempo, por haber cesado en aquella época la traducción al latín de las obras médicas árabes.
En la famosa y cortesana ciudad de Medina Zahara, cuya construcción fue iniciada por Abderramán III, en las afueras de Córdoba, nació Abul Qasim al-Zaharawi (936-1013), llamado en latín Abulcasis. Si alguien debe figurar, con el mayor merecimiento, en los anales de la medicina andalusí es este médico cordobés; y ello, aunque sólo sea por haber escrito la una gran enciclopedia médica (Kitab al-tesrif), que consta de 30 tratados. De ella, destaca la parte dedicada a la cirugía, que fue traducida en el siglo XII, en la Escuela de Traductores de Toledo, por Gerardo de Cremona, y conocida en la Edad Media en todo occidente con el nombre de Chirugia
. Hoy podemos asegurar que constituyó el basamento de la cirugía posterior, tanto islámica como europea. Tan colosal obra comprende tres libros: el primero dedicado a las técnicas de cauterización que se utilizaban en las distintas operaciones y hemostasias, excluyendo, por peligrosa, la toracocentesis; también habla de las ligaduras de vasos y de la aplicación de sustancias astringentes; el segundo, donde expone la técnica de la litotomía, de las amputaciones de los miembros, del tratamiento quirúrgico de las hernias y de la trepanación craneal; y el tercero está dedicado a las fracturas y luxaciones. Hay que reconocer que Abulcasis se basa fundamentalmente en el sexto “libro” del griego Pablo de Egina, aunque, sobre el contenido de éste, añade numerosos procedimientos quirúrgicos nuevos, unos tomados de la cirugía clásica india y otros muchos, fruto de su propia experiencia.
A la preeminente escuela quirúrgica que fundó Abulcasis en Córdoba, la primera de Europa, acudían, para curarse o instruirse, pacientes y estudiantes procedentes de todo el mundo. Adelantándose a su tiempo, considera que la preparación anatómica de los cirujanos es indispensable. A este respecto, dice: “El motivo por el que no se encuentra hoy día un buen cirujano es que la medicina exige tiempo, y quien quiera ejercerla debe estudiar previamente anatomía, como dijo Galeno, a fin de conocer los órganos, sus formas, estructuras, relaciones y divisiones; conocer los huesos, los tendones y los músculos, su número y su trayecto, las venas y las arterias, así como las regiones por donde transcurren. De aquí que Hipócrates dijera que hay médicos de nombre, pero pocos de hecho, sobre todo en cirugía. Si se ignoran los conocimientos anatómicos de que hemos hablado, se caerá necesariamente en el error, lo cual es mortal para los enfermos […] He visto a un médico ignorante seccionar las arterias cervicales al incidir un tumor escrufuloso del cuello de una mujer y provocar tal hemorragia que la mujer quedó muerta en sus manos. He visto a otro médico realizar la extracción de un cálculo en un anciano; el cálculo era enorme; al practicar la extracción arrancó parte de la pared vesical y el enfermo murió en tres días.” La parte quirúrgica del Tesrif está ilustrada con los dibujos de dos centenares de prácticos instrumentos medicoquirúrgicos, diseñados por el él mismo, algunos de los cuales se utilizan aun, y que se difundieron rápidamente por el resto de Europa.
Es, precisamente, en la obra de Abulcasis donde mejor se puede comprobar, —como el mismo manifiesta—, que la medicina de al-Ándalus, consiste, fundamentalmente, en una puesta al día, arabizada, de la medicina clásica de Hipócrates y de Galeno, con algunos rasgos añadidos, procedentes de la cultura médica de la India.
Tras el gran impulso que supuso la obra enciclopédica de Abulcasis, surgió, un siglo después, un nuevo genio en la materia. Fue el sevillano Abu-Marwan ibn Zuhr (1092-1161), en latín Avenzoar, considerado por sus contemporáneos como el médico más importante desde Galeno. Pertenecía a una familia de médicos. Trabajó en Sevilla, al servicio de los almorávides y después de los almahades. Los almorávides terminaron por desterrarlo y encarcelado, junto a su padre Abu al-Alá, en el Zagreb. Ya en prisión, también se hizo famoso sanando a los presos y sus carceleros. Se dice que el mismo gobernador, Ali Yusuf ben Tasufin, que lo encarceló, lo reclamó y lo trajo a Sevilla para que curara a su hijo y e él mismo, tras lo cual lo devolvió a prisión.  Caído el mencionado gobernador, a quien Avenzoar calificaba de “canalla”, fue liberado por las tropas almohades, traído a la península en 1148, nombrado médico de cámara y ministro del califa almohade Abd al-Mumin, residiendo con merecida fama en Sevilla hasta su muerte. Se caracterizó por sus excepcionales dotes de observador clínico, en cuyo aspecto se puede situar a la extraordinaria altura del persa, de origen árabe, llamado Rhazes. Su principal obra, Kitab al-Teysir, (Libro de la ciencia de curar), escrito a requerimiento de Averroes, —a quien se lo dedicó—, contiene descripciones de enfermedades tales como los tumores del mediastino, la pericarditis, la parálisis laríngea y la otitis media. Cuando se ocupa de las alteraciones del pericardio, dice, por ejemplo: “El agua que se acumula entre las capas del pericardio es un infiltrado semejante a la orina. En estos casos los enfermos adelgazan y pierden mucho peso hasta que mueren, como muere el tísico […] En el pericardio también se pueden acumular sustancias en forma de capas duras, como si fueran membranas, unas encima de otras […] Pueden producirse abscesos en la membrana pericárdica, que son agudos y malignos. Estos casos se curan si el médico acude a tiempo y no se retrasa su tratamiento […] pero si el médico se retrasa, aunque sea poco, el enfermo se muere, porque el pericardio es una parte principal, sobre todo por su proximidad al corazón. Si ocurre esto será por culpa del retraso del enfermo en acudir al médico. Si se cura, el corazón será más fuerte y de mayor rendimiento, porque el corazón humano tiene una gran capacidad y si se aumentan sus actividades, aumenta su eficacia. En ocasiones, sin embargo, el enfermo se debilita. Yo he visto un enfermo que padecía una debilidad extremada; sus fuerzas fueron cayendo y su actividad disminuyó hasta que murió. Su muerte se debió a que quiso tomar un baño en agua caliente. Yo lo consideré peligroso y le aconsejé que no lo hiciera; pero no me hizo caso y se bañó, tras unos momentos, salió y murió. Su muerte fue tranquila.” Además, Avenzoar describe exactamente varias filarias (Filaria spp.), la ladilla (Phthirus pubis) y el ácaro de la sarna (Sarcoposter scabei), que, como es sabido, tiene un tamaño de entre dos y cinco décimas de milímetro.
Un gran difusor del pensamiento aristotélico en occidente fue Abul Walid Muhammad  b. Ahmad ibn Rusd (1126-1192), nacido en Córdoba, conocido en latín como Averroes. Era poseedor de una cultura enciclopédica. Ocupó importantes cargos con los almohades: fue juez y médico de las altas jerarquías. No obstante, por motivos político-religiosos fue desterrado a Lucena, tachado de hereje, y sus escritos filosóficos fueron prohibidos. Como médico, intentó armonizar el pensamiento biológico de Aristóteles y el sistema de Galeno, principalmente, en un estudio acerca de la generación de la sangre. Estudió y comentó los escritos de Avicena y escribió libros sobre las fiebres, los venenos y la teriaca (preparación farmacéutica compuesta por numerosos productos y que se usaba como antídoto de los envenenamientos). Pero, su obra de medicina más importante fue la que tituló Kitab al-Kulliyat y que se tradujo al latín con el nombre de Colloget, que sintetiza en siete libros la anatomía, la fisiología y los aspectos teóricos de la patología, la terapéutica y la higiene. En esta obra, termina aconsejando que, para solucionar las cuestiones prácticas, se acuda al Teysir de Avenzoar. Como filósofo, fueron tan profundos, acertados y esclarecedores sus comentarios sobre Aristóteles y tan grande la influencia que llegó a producir en la cultura occidental de su tiempo que en la Europa bajomedieval se le conoció como el sobrenombre del Comentator y su doctrina filosófica, denominada Averroísmo, se prolongó durante todo el periodo escolástico, hasta principios del siglo XVII.
Coetáneo de Averroes fue el judío cordobés Maimónides, Moshen ibn Maimon (1135-1204). Pertenecía a una familia semítica aristocrática y culta, descendiente en línea directa del rey David. Se le conoció como “el español” o “el sefardí” por los musulmanes. Profundo conocedor del hebreo, árabe y latín. Murió en Alejandría, siendo médico del sultán Saladino, pues también, como consecuencia de la intransigencia almohade, fue exilado, primero a Almería y después al Cairo. Gran filósofo y gran médico, integró, lo mismo que Averroes, las ideas aristotélicas y las galénicas, pero con un planteamiento aún más práctico. Dividió la medicina en preventiva, curativa y paliativa, haciendo especial hincapié en la atención a los convalecientes. Entre sus escritos médicos más importantes destacan: Comentarios a los aforismos de Hipócrates, Aforismos médicos, un tratado de venenos y antídotos, una epístola “dietética” y monografías sobre el asma y la higiene sexual.
Como es sabido, en aquella época, las grandes plagas de la humanidad eran las pestes y fue tristemente célebre la de 1348. Es así, que en al-Ándalus aparecieron una serie de tratados sobre semejantes calamidades. M. Meyerhof ha afirmado que el escrito del almeriense Ibn Jatima, al respecto, “es infinitamente superior a las numerosas obras europeas sobre epidemias, escritas entre los siglos XIV y XVI”, sobre todo, por la clara exposición acerca de los contagios, basada en las observaciones propias: “el resultado de mi larga experiencia es que si una persona se pone en contacto con un apestado, inmediatamente se ve atacada por la epidemia y experimenta los mismos síntomas. Si el primer enfermo expectora sangre, al segundo le sucede lo mismo […] Si al primero se le presentan bubas, el segundo aparece con ellas en los mismos sitios. Si el primero tiene una úlcera, al segundo se le presentará también; y este segundo paciente a su vez transmite la enfermedad.”
Ibn al-Jatib (1313-1374), nacido en Loja (Granada), político e historiador del reino de Granada, al final fue víctima de una conjura política, acusado de hereje y encarcelado. En el aspecto médico escribió sobre el desarrollo del feto, sobre la preparación de teriaca, sobre la higiene en cada estación del año; escribió un compendio de medicina y otro sobre la peste, en el que también defendió la teoría del contagio: “La existencia del contagio está demostrada por la experiencia, el estudio y la certeza de los sentidos.”
Por último, en el mundo islámico de al-Ándalus también se estudiaron las enfermedades de los niños. Ya en el siglo X, Arib ibn Sad, en Córdoba, publicó una serie de estudios monográficos sobre las enfermedades de los niños. Parece estar demostrado que se basó, entre otras, en la obra del médico helénico Dammastes (anterior al siglo II), titulada Sobre el tratamiento de las puérperas y los niños, así como en los escritos de Sorano de Éfeso, que habían sido traducidos al latín en el siglo V por Celio Aureliano y posteriormente resumidos por Muscio y que también fueron traducidos al árabe. Posteriormente, estos textos, transmitidos por los árabes, fueron los fundamentos sobre los que posteriormente se consolidó la pediatría en la época del Renacimiento.

Bibliografía:
1.         López Piñero J.M.: La Medicina en la Historia. Madrid. La Esfera de los Libros, S.A. 2002
2.         Alfonseca Moreno M.: Grandes científicos de la Humanidad. Madrid. Espasa Calpe S.A. 1998
3.         Diccionario Enciclopédico Espasa. Madrid. Espasa Calpe S.A. 1998
4.         Diccionario Enciclopédico Abreviado 7ª Edición. Madrid. Espasa Calpe, S.A. 1957
5.         Martínez Cachero J.M. Grandes Figuras de la Literatura. Madrid. Espasa Calpe, S.A. 1998
6.         Font Quer P. Plantas Medicinales (El Dioscórides renovado). 12ª edición. Barcelona. Editorial Labor, S.A. 1990
7.         Martín Araguz A., Bustamante Martínez C., Fernández Armador-Ajo V., Moreno Martínez J.M.  La neurociencia en Al Ándalus y su influencia en la medicina escolástica medieval. Rev. Neurología 2002; 34 (9): 877-892
8.         Menéndez Pidal R. Historia de España Vols. IV-XII. Madrid: Espasa Calpe; 1969-75



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