sábado, 20 de febrero de 2016

LOS VIEJOS MAPAS MENTALES DE LA INFANCIA

LOS VIEJOS MAPAS MENTALES DE LA INFANCIA

Con frecuencia inusual, ahora que soy octogenario, suelen venirme a la memoria la visión de episodios y vivencias que me ocurrieron en tiempos tan remotos como fueron los años de mi infancia y adolescencia. Fechas aquellas que por cierto se remontan nada menos que a las décadas de cuarenta y cincuenta del pasado siglo. Y me siento sorprendido al comprobar que recuerdos tan lejanos en el tiempo, que lógicamente debieran haberse desvanecido o por lo menos aparecer ya borrosos y deslucidos, por el contrario, los conservo en mi mente perfectamente nítidos e incluso coloridos. Es así que sin el más mínimo esfuerzo los puedo representar mentalmente a voluntad una y otra vez. 
Sin embargo, soy consciente que el hecho de extraer tales recuerdos del fondo de mi cerebro debe constituir un proceso  un tanto meticuloso, complicado y hasta misterioso, pues, en resumidas cuentas, tales calificativos merecen el hecho de acceder de forma circunstancial e incluso voluntaria a determinados antiguos mapas mentales guardados en mi memoria más remota. Es más, aunque parezca un tanto paradójico, puedo afirmar que sucesos, figuras y escenas de aquella lejana época, que sin duda hoy merecen el calificativo de poco importantes o insignificantes, los recuerdo a la perfección, y, sin embargo, vivencias mucho más recientes y de mucha mayor importancia, me resulta difícil rememorar y si lo consigo es de forma difusa e imprecisa.
A este respecto, no he podido por menos que dedicarme a indagar en determinadas publicaciones más o menos recientes que hablan sobre la memoria humana. He llegado a la conclusión de que lo que se sabe hoy al respecto no resulta totalmente aclaratorio. Resulta que actualmente los investigadores de la neurociencia, basándose en infinidad de experimentos realizados en animales y sobre todo en observaciones meticulosas en el curso  de las muy numerosas patologías que pueden y suelen afectar a diversas zonas o áreas del sistema nervioso central de la persona humana, han observado que esa maravillosa facultad que es la memoria o, mejor dicho, los diversos tipos de memoria, no se encuentra radicada en una zona o área determinada del cerebro, sino que viene a estar representada por un complejo entramado cerebral en el que viene a participar numerosas estructuras nerviosas, interconectadas entre sí.
Conexiones cerebrales(diagrama)
Resumiendo y esquematizando al máximo, he podido deducir, que la memoria más elemental y la más primitiva en el aspecto antropológico, es decir, la que apareció en los seres vivos más simples y  primitivos, es la que tuvo y, precisamente, sigue teniendo como finalidad única la conservación de la vida en el ser vivo, y que presenta un un perfil de efectividad fundamentalmente funcional automático e instintivo. Dado que es la forma de memoria  más antigua, debe figurar principalmente ya en la parte más primitiva del cerebro, que la parcela cerebral conocida con el nombre de cerebro reptiliano. Posteriormente, tras una evolución de millones de siglos, ocurrió que  aquel ser primigenio se fue transformando y, tras pasar por una serie progresiva de configuraciones, finalmente se convirtió en mamífero, lo cual también se acompañó de una gran evolución a nivel de su cerebro, la cual conllevó la aparición de otras estructuras nerviosas adicionales, a las conocemos con el nombre de cerebro límbico. Es en este cerebro donde hoy sabemos que radica, entre otras muchas funciones, otro tipo de memoria diferente y más avanzado: la memoria emocional. Esta es la memoria en la que se almacenan vivencias emocionalmente impactantes, que a su vez pueden presentar un aspecto positivo o placentero, que son aquellas vivencias que resultaron agradables y por ello son captadas por la memoria emocional pues interesa conservarlas para poder ser recordadas, y a ser posible, revividas, o, también en el polo opuesto,  aquellas otras vivencias que al mamífero le resultaron interesantes en el  aspecto adversativo por su desagrado o peligrosidad, por cuyo motivo también resulta interesante conservarlas, ya que su recuerdo permanente puede ayudar a prevenirlo y advertirlo sobre una amenaza. Por tanto, la memoria emocional contribuyó a configurar en el cerebro del mamífero algo tan importante para la vida como es la experiencia, el saber comportarse ante determinadas situaciones.  Por último, a lo largo de millones de años, gracias al proceso evolutivo que fue experimentando aquel primate, antecesor humano, y que finalmente deparó en el primer homínido se logró la aparición de la corteza cerebral o sustancia gris que es lo que hoy conocemos como cerebro racional y que es donde radica la memoria racional, que está íntimamente  relacionada con con la inteligencia y la capacidad creativa del ser humano. Pero la memoria, en sus distintos aspecto, se ha ido fraguando en los tres cerebros de forma progresiva a lo largo de la evolución. Por tanto, la memoria en nuestro cerebro, el cerebro triuno o cerebro humano, se encuentra radicada en numerosas áreas y estructuras específicas que a su vez suelen estar interconectadas entre sí.
 Tras este pequeño y elemental preámbulo acerca de la memoria, creo que es hora de que vuelva al inicio y, por tanto, a mi primera intención, que consistía en intentar relatar algún que otro de aquellos episodios o vivencias remotas, que viví durante mi infancia y que he venido guardando fielmente en ese enrevesado mundo de archivos que vienen a constituir los mapas mentales de mi memoria más remota,
Dicho esto comienzo: 
Gracias a mi memoria, hoy puedo ver con toda claridad que mi infancia transcurrió en una pequeña aldea, de la que guardo un recuerdo entrañable e imperecedero. Así, por ejemplo, de mi pueblo puedo recordar su fisionomía general, el aspecto no sólo de sus calles, sino incluso también el de la fachada de sus casas, una por una.
He comprobado que todo ello lo guardo fielmente en mi memoria y con la mayor facilidad puedo rememorarlo y representarlo, como si en mi mete se desplegara una película vívida y coloreada. Puedo ver hoy con la mayor nitidez los típicos huertos que se adosaban a  algunas viviendas,  los arrabales y cercanías del pueblo, las distintas fuentes públicas, los dos lavaderos públicos del pueblo, las dos plazas de que constaba la aldea, la Iglesia,  etc, También guardo en mi memoria un mapa geográfico en el sentido literal del término, de la comarca en que se encuentra enclavada mi aldea, y puedo recordar nombres de fincas y cortijos, nombre y trayectoria de caminos, cruces de los mismos, nombre de montes y arroyos, etc. Tal vez ello obedezca sobre todo a que en aquella época los niños de las aldeas, vivíamos muy en contacto con la naturaleza y nuestro campo de juego y de actividades en general no se limitada al casco urbano, sino que se extendía a campo través, sin que existiesen un límite determinado. Son muchas y muy diversas las imágenes que en estos momentos  puedo, visionar mentalmente con la máxima claridad. Pero, aunque he de reconocer que el representar mentalmente las distintas panorámicas de mi querido pueblo me resulta sumamente agradable y me produce un alto grado de añoranza, mucho más amoroso y conmovedor es el recuerdo de mis amigos  y compañeros de la infancia, aquellos con los que cotidianamente  compartí juegos, alegrías y ciertas vivencias que, a esa edad para mí tuvieron importancia trascendental.
 Debería andar yo sobre los siete años edad; vivía con mis padres en mi pequeña aldea cuya población en total no superaba los dos mil habitantes.  Estoy hablando de década de los cuarenta del siglo pasado. Los habitantes de mi pequeño pueblo nos conocíamos entre sí bastante bien. Todos y cada uno conocía pelos y señales de cada uno de sus conciudadanos. Sus nombres, apodos, su forma de ganarse la vida, su statu social y hasta las penas, necesidades o penurias que se vivían en cada familia. En realidad en mi pequeño pueblo, en aquella época, recién terminada oficialmente la Guerra Civil, cuando vivíamos los peliagudos y críticos años de posguerra, recuerdo que todos los vecinos nos comportábamos como si en realidad fuésemos una gran familia, y, lo más extraño, nuestros padres se comportaban  como si unos años antes no hubiese pasado nada, Seguramente, sobre todo las personas mayores, espantados, asqueados y estupefactos ante los trágicos episodios vividos en los años inmediatamente anteriores, decidieron "echar pelillos a la mar", hacer borrón y cuenta nueva y olvidar selectivamente los absurdos e inexplicables desvaríos y  horrores vividos, para empezar una vida en común plena de armonía y solidaridad social. Por lo que yo, bastante años después, rememorando y analizando la vida de mi pueblo en aquella época,  he podido deducir, se trataba de una táctica común y unánime, nacida en el corazón y en la mente de unos seres humanos, que vivían en pequeño pueblo bastante aislado y que todo ello, en el fondo, consistía en un mecanismo de autodefensa común, fruto de un profundo y doloroso escarmiento,
La vida de los niños en aquellos tiempos, y más en una pequeña aldea como la nuestra, presentaba unas características muy peculiares. En primer lugar vivíamos en contacto intimo, directo y cotidiano con la naturaleza, hecho que, a mi forma de ver, influyó de forma importante en la configuración y desarrollo de nuestro psiquismo. Particularmente yo, estoy convencido de que semejante hecho radica mi amor. Siempre he considerado que para nosotros, los niños de aquella generación, supuso un auténtica ventura el hecho de crecer teniendo continuamente ante nuestros  ávidos ojos abierto de par en par, el gran libro de la naturaleza. Una naturaleza auténtica, verdadera y sin  artificios. Y es que los juegos de nuestra infancia normalmente tenían lugar en el campo. Así por ejemplo jugábamos al fútbol con una pelota de trapo en las eras, donde se trillaban y cosechaban las mieses. Precisamente, hablando de las eras, nosotros los niños no solo las visitábamos a la hora de jugar con la pelota de trapo, también participábamos junto al resto de la familia, cada uno en la medida del alcance de sus fuerzas y capacidad, colaborando en la faenas de recolección y cosecha de las distintas mieses. No obstante, estoy seguro que todos los que fuimos niños en aquella época en mi pueblo, guardamos un grato recuerdo de aquellas parcelas de tierra firmemente  empedradas, situadas en determinadas alturas bien aireadas cuya finalidad  fundamental consistía la trilla y aventado de las mieses, pero que durante el resto del años servía de secaderos de maiz, almendras, y, sobre todo, para jugar al fútbol. Más de uno guardamos recuerdos no muy gratos de las famosas eras, como pueden ser los que acuden a nuestra memoria cuando nos palpamos alguna vieja cicatriz en alguna parte de nuestro cuerpo serrano.
Aunque, sin duda, en aquella época todo el mundo en España estaba viviendo unos tiempos difíciles, en los predominaba la escasez  de alimentos y los servicios eran prácticamente inexistentes, nosotros los jóvenes no éramos muy conscientes de la grave situación que estábamos atravesando  y nos encontrábamos perfectamente adaptados. Es más, yo diría que nos sentíamos felices. Para mi no solo era natural, sino divertido, jugar al fútbol con una pelota confeccionada a base de trapos viejos o que en los fríos días de invierno, cuando iba por la mañana a todo correr a la escuela cargara con  braserillo metálico repleto de brasas incandescentes para calentarme durante las horas lectivas. Recuerdo que mi madre me recomendaba que fuese caminando por el centro de la calle, nunca por las aceras, porque sobre éstas pendían de las canales de las casas los grandes y puntiagudos carámbanos de hielo que solían desprenderse y podían caerme sobre la cabeza y descalabrarme. Ahora debo reconocer que en realidad  no era una vida fácil, pero para nosotros, que a nuestra edad no habíamos conocido otra mejor, era una gran vida, llena de  encanto e ilusión. Nuestros juguetes también eran sencillos y un tanto primitivos. La mayoría de ellos eran de fabricación casera. Normalmente eran los abuelos, que haciendo gala de una paciencia infinita, los confeccionaban a base de madera y, muchas veces, utilizando envases metálicos procedentes de conservas de pescados, etc. Aquel compañero que poseía una vieja pelota de tenis era un afortunado y era frecuente que los demás compañeros solíamos hacer cola para que nos la prestara para jugar al frontón. Algunos disponíamos de una rústica camioneta de madera o un aro de alambres acerados procedente de  neumáticos viejos desechados y tras el cual, guiándolo con un tozo de vara o palo, corríamos como diablos por las calles del pueblo. Entre otros juegos habituales en mi aldea en la época de mi niñez recuerdo algunos con especial nitidez, como   eran, por ejemplo,  "el trompo", "dena y cadena", "la pita o pingolé", "el hilo negro" y las "grandes excursiones".  Los trompos consistían en unos trozos de madera redondeados en forma de pera, en cuyo extremo más delgado llevaban incrustada una pieza metálica llamada rejo o aguijón. Con la ayuda de una cuerda, que enrollábamos al trompo, y gracias a una habilidosa maniobra especial los lanzábamos sobre un redondel en el suelo y los hacíamos bailar. Organizábamos competiciones en las participabamos varios compañeros provistos de sus respectivos trompos.
Había quien tenía tal tino y destreza a la hora de lazar su trompo que era capaz de que el rejo incidiera sobre el trompo de su compañero y lo partiera en dos pedazos, lo cual era un gaje propio del juego valorable para el lanzador y desastroso para el se quedaba sin su juguete. Lo cierto es que en aquella lejana época los niños practicábamos juegos muy prácticos, interesantes e instructivos y, sobre todo, que también lo pasamos a lo grande. Pero lo que en primer lugar recuerdo con mayor añoranza y admiración era la unión de tipo prácticamente familiar que existía entre todos nosotros; también, el contacto íntimo y cotidianos de aquella, nuestra juventud, con la naturaleza: nuestros juegos, cuando el tiempo lo permitía que era durante gran parte del año, tenía lugar en el campo, en las huertas inmediatas al pueblo, en las alamedas y en torno a las numerosas fuentes de mi pequeña aldea.
Ahora, bajo en peso de mis muchos años, sumergido en estos vivos recuerdos y envuelto en un amplio abanico de entrañables añoranzas, me siento agradecido a la generación anterior a la mía, a mis queridos compañeros de la infancia  y a mi pueblo con fisionomía particular y sus entornos de ensueño , todo lo cual siempre ocupará un lugar predilecto en mi alma.

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