Seguramente el hombre primitivo, por ejemplo, ante el zarpazo de la enfermedad, debió preguntarse la causa y la procedencia de aquella alteración que tanto sufrimiento le ocasionaba. También resulta absolutamente lógico y comprensible que, desde el principio de los tiempos, el hombre cuando se encuentra enfermo se haya dedicado a buscar por todos los medios la manera de recuperar la salud perdida. Pero como en época tan remota, en la mayoría de las ocasiones, no llegara a identificar la causa, ni la procedencia de la enfermedad, ni tampoco, en muchas ocasiones lograra recuperar la salud, el hombre primitivo, ante la enfermedad se debió sentir profundamente confuso y desorientado.
Indudablemente, aquel hombre primitivo enfermo, sumido en un mar de conjeturas, haciendo uso de su imaginación, un día supuso que aquello que le aquejaba y que tanto le limitaba y le causaba sufrimiento, debía ser una especie de castigo que le imponía alguien, algún ser superior y desconocido que existiese. También pudo llegar a la conclusión, por tanto, que el, el hombre, no estaba solo en el mundo, que seguramente coexistían otros seres desconocidos, sin duda de capacidad superior, capaces de mortificarlo con la enfermedad y por qué no, con otros males y catástrofes. Este mismo racionamiento también le condujo a la suposición, y tal vez al convencimiento, de que dichos seres superiores también tendrían potestad para socorrerlo y ampararlo en sus desdichas.
Fue así como a estos entes fabulosos, nacidos en la imaginación de la mente humana, a los que no podía ver, un día se les llamó dioses y mentalmente, en muchas ocasiones, los imaginó con forma humana y en otras se los representaba con figura de animales portentosos. Además, como nunca había conseguido verlos, pero estaba convencido de que esos seres superiores existían, considerando que estaban fuera de nuestro alcance, los situó en la amplia, inmensa e ilimitada esfera etérea, tal vez aposentados sobre esos mundos luminosos que gravitaban sobre nuestras cabezas.
Tras este preámbulo hemos de admitir el hecho real e histórico en el que la humanidad, a través de las múltiples civilizaciones que han existido, ha venido admitiendo que allá arriba, en algún punto del infinito espacio celeste, debía existir un lugar privilegiado donde, entre los dioses creadores del universo y encargados de su correcto funcionamiento, debía encontrarse también el menos un dios con capacidad para sanar al hombre enfermo. Por eso, siempre el hombre al enfrentarse al azote de la enfermedad, ha vuelto los ojos hacia arriba buscando un dios sanador. Históricamente, que sepamos, a ese dios se le ha designado con diversos nombres. Así, por ejemplo, sabemos que los babilónicos le llamaban Mardut y los egipcios Thot. En la mitología griega, que es las más próxima a nuestros y la que de una forma más directa afecta a nuestra civilización, existió un trío de divinidades relacionadas con la salud y por tanto con la Medicina. Dentro de esta trilogía, en el lugar más relevante estaba situado el gran dios Apolo, que además de ser el dios del fuego solar y de la belleza, era la divinidad suprema de la Medicina. Para este dios la salud venía a estar fundamentada en una perfecta armonía psíquica y por tanto, para Apolo, la salud no era ni más ni menos que una manifestación que dimanaba directamente de la plenitud del alma. El segundo miembro del trío era Asclepio, que, aunque hijo de Apolo, estaba más ligado al mundo terreno por ser también hijo de una mortal (Corónide), y éste, en lo respecta a la salud humana, concedía mayor importancia al buen funcionamiento de la parte somática de la persona, aunque sin olvidar la parte psíquica.
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| Asclepio |
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| Apolo y Eurídice |
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| Quirón |
Asclepio (Esculapio para los romanos) venía a considerar la salud como el resultado de una perfecta conjunción entre la parte psíquica y la somática del ser humano, pero, siempre, concediendo mayor importancia a la parte orgánica. Por último estaba Quirón que, como centauro que era, prácticamente no alcanzaba a considerar el alma y se limitaba al estudio científico de la Medicina y, por tanto desde el punto de vista puramente orgánico.Quirón era el gran erudito, el científico, el sabio académico poseedor de una cultura enciclopédica que dedicó su vida a instruir a los héroes.
Han sido tantos los siglos que que han reinado en Medicina este trío de dioses y que, por consiguiente, han permanecido vívidos en la mente y en la imaginación del pueblo, que necesariamente han dejado una profunda huella en nuestra cultura. En la actualidad no sólo vemos sus mitografías representadas en las obras artística clásicas, sino también en muchas de nuestras revistas científicas, y, sobre todo, resulta especialmente significativo que, siguiendo la tradición de nuestros antepasados, aún, hoy día, cuando se formula el juramento hipocrático, se comienza diciendo: "Juro por Apolo, médico, por Esculapio, Hygia y por Panacea y por todos los dioses y diosas..."
Pero es la historia de Asclepio (el Esculapio de los romanos) la que hoy nos interesa y la que sin duda merece una atención especial. Cuenta la tradición mitológica que en los albores de la civilización griega, allá en un lugar de la costa oriental de Gracia, concretamente en la batalladora y mítica región alpina de Tesalia, existió un legendario rey, hijo de Ares, llamado Flegias. Este rey era padre de una princesa que se llamaba Corónide. La tal Corónide estaba dotada de una belleza tan extraordinaria que llegó a enamorar al mismo dios Apolo. Pero ocurrió que la encantadora princesa, tras sus encuentros con el dios de la corona resplandeciente, quedó en cinta. Mas, para desventura de la princesa, no pasó mucho tiempo, tras conceder sus favores al altísimo dios, ocurrió que que éste, posiblemente debido a sus múltiples ocupaciones, se fue mostrando un tanto olvidadizo y dejó de acudir a sus citas amorosas.
La princesa como humana que era, ante el abandono por parte del poderoso dios, se refugió en los brazos de un congénere mortal llamado Isquis, que aunque menos resplandeciente y poderoso que Apolo, por lo menos era más constante y con él mantuvo un escondido y pasional idilio. Como suele ser frecuente hasta las lechuzas conocían las andanzas de la princesa y también llegaron a oídos del poderoso dios, lo cual le causó tan profundo enfado que decidió castigarla. No obstante Apolo no fue capaz de dar la cara personalmente y encomendó a su hermana gemela, la diosa Artemisa (la diosa de la castidad y de la caza: la Diana de los romanos) para que le aplicase en su nombre un castigo ejemplar por su infidelidad a un dios. Artemisa aceptó la encomienda de su hermano y no se anduvo por las ramas, pues lanzó contra Corónide una flecha de oro que la mató de forma fulminante. Pero, cuando el cuerpo de la desdichada princesa ya se encontraba ya sobre la pira funeraria, el dios Apolo recapacitó y cayó en la cuenta de que en las entrañas del cadáver de la princesa se encontraba el fruto de sus propios devaneos amorosos y, ni corto ni perezoso, apareció en todo su esplendor y gracias a su gran poder extrajo vivo a un niño del vientre de la madre y que con el tiempo llegaría a ser un dios sanador: Asclepio. Históricamente ésta fue la primera cesárea post mortem realizada con éxito, aunque aún dentro del terreno mitológico.
Una vez realizada tan prodigiosa operación quirúrgica, el hijo de Zeus se elevó de nuevo a las alturas dejando a su hijo y de la princesa Corónide en el monte Titeion. Allí, por designio divino, el recién nacido cayó bajo la protección del centauro llamado Quirón, gran sabio que dedicaba su vida a educar y adiestrar a los héroes. Este gran sabio acogió con cariño a Asclepio y lo instruyó en muchas ramas de su saber enciclopédico Pero Asclepio demostró especial dedicación en arte de la práctica de la Medicina.
Pasado el tiempo, Asclepio, habiendo superado en conocimientos médicos a su preceptor, se emancipó de Quirón y se fue a recorrer el mundo. Fue entonces cuando Asclepio, además de adquirir merecida fama como médico prestigioso, también pasó a la fabulosa historia mitológica de Grecia, por haber participado, junto a Jasón y Orfeo, en la aventurada expedición de los Argonautas hasta la ciudad de Eea en el Ponto Euxino, en busca del bellocino de Oro. Más tarde, cuando regresó de tan prolongada y audaz andanza, siendo ya soberano de Tesalia, dedicó su vida a la práctica de la Medicina y al gobierno de su reino. Literalmente cuenta la leyenda que él "curaba mediante el cuchillo y que también recomendaba como remedio terapéutico escuchar música y cantos". También se cuenta que fue tanta la pericia y la maña adquirida por Asclepio en el arte de la Medicina que incluso llegó a resucitar muertos, como fue el caso del belicoso Hipólito, hijo del famoso vencedor del Minotauro, el rey Teseo. La leyenda sigue afirmando que Ascepio disponía de un remedio milagroso que le había regalado su protectora Atenea, la Minerva romana, diosa de la guerra y del conocimiento. Dicha pócima milagrosa era nada menos que sangre extraída del lado derecho de Medusa, la cual tenía el poder de devolver la salud e incluso la vida a los mortales. Al contrario ocurría con la sangre procedente del flanco izquierdo de esta espantosa y terrible Gorgona, que constituía un potentísimo veneno. Es curioso, interesante y digno de una reflexión especial, los efectos que atribuían a este remedio prodigioso, la sangre de la Medusa, dado que la misma sustancia podía conducir a consecuencias totalmente opuestas y paradójicas, exactamente igual que ocurre actualmente con la mayoría de los medicamentos: curar o dañar; cuando se usan correctamente, curan, y cuando su uso es incorrecto o inadecuado pueden resultar lesivos.
Viene a concluir este relato mitológico en que Asclepio, en el ejercicio de la medicina, incluso llegó a excederse, pues olvidó un precepto elemental que viene a marcar que todo cometido o actividad profesional humana tiene un campo propio y delimitado en el que actuar el cual no debe ni puede sobrepasar. Fue así que cuando Asclepio osó resucitar a Hipólito, Zeus se sintió disgustado: no le pareció muy conveniente al dios supremo que el prestigioso sanador se hubiese atrevido a devolver la vida a un mortal. Consideró Zeus que tales actos sobrepasan el campo propio de la medicina e invaden el ámbito de lo milagroso y que si las resucitaciones llegasen a prodigarse podría alterarse el orden natural del mundo. Ante tan grave amenaza para el armónico y sincronizado funcionamiento del mundo humano, Zeuz fue tajante y, haciendo uso de sus potentes rayos, fulminó instantáneamente tanto al médico rey como al resucitado Hipólito.
Pero hasta en el Olimpo, la cristalina morada de los dioses, surgían ciertos antagonismos y desavenencias. Fue así que a Apolo no le sentó nada bien que el dios supremo, Zeus, hubiese acabado con la vida de su esclarecido hijo Esculapio y decidió vengarse. Para ello no se le ocurrió mejor medio que ir matando uno por uno a los numerosos y gigantescos cíclopes, hijos de Zeus, que eran, precisamente, los encargados de fabricar al dios de los dioses sus poderosisimos rayos. Lógicamente la desavenencia no acabó aquí, pues el dios supremo respondió a tan grave insulto castigando a Apolo, al que le hizo trabajar como esclavo durante un largo año, concretamente lo envió como boyero al servicio del rey Admeto de Tesalia.
Lo cierto es que la prematura y fulminante muerte de Asclepio fue causa de la sublimación del médico rey, pues, como suele ocurrir, es precisamente tras la muerte de un famoso, cuando su fama más se enaltece. Asclepio, incluso después de su muerte, llegó a representar para los humanos no solo la figura máxima de la medicina, sino que tanto se enalteció su figura y tan alta su gloria, que su recuerdo fue proyectado al mundo de los dioses y, desde entonces y durante toda la antigüedad, fue objeto de un culto fervoroso. Se erigieron santuarios en su honor a los cuales acudían en inacabable peregrinación enfermos en busca de la salud perdida procedentes de los lugares más apartados. Especial notoriedad adquirió el templo erigido en su honor en la ciudad de Epidauro -su ciudad natal- donde Asclepio -al que los romanos habían de llamar Esculapio- estaba representado por una gran estatua hecha de oro y marfil, portando un báculo en el que aparecía enroscada un serpiente. Se cree que el bastón viene a representar una característica de la profesión médica, la de ser una profesión itinerante por la necesidad que el médico tenía de caminar de un lado para otro para llegar al paciente que necesitaba su ayuda. La serpiente, con su periódico cambio de piel, simbolizaba la constante y necesaria renovación de la Medicina, que, como bien nos consta, persiste en nuestros días. Junto a este gran templo había una dependencia llamada tholos, que era una especie de archivo médico, repleto de tablillas inscritas en las que se detallaban los divinos y acertados consejos del dios médico y también donde se describían el tratamiento a debían someterse los pacientes para curar sus distintas dolencias.
De cuándo y cómo pasó Asclepios a Roma, cambiando su nombre por el de Esculapio, se cuenta que, con ocasión de una terrible y gran peste que afligió a Italia, fueron enviados mensajeros al oráculo de Delfos para suplicar ante el dios Apolo un remedio que atajase la epidemia. También consta que la respuesta del dios, por medio de su pitonisa fue literalmente la siguiente: "No has menester de Apolo, dice el dios, pueblo, Esculapio puede salvarte de tu trance". Entonces el Senado Romano, envió otra embajada al templo de Esculapio, en Epidauro con el firme propósito de incluso, si fuese necesario, de secuestrar y traer hasta Roma nada menos que la colosal y apreciadisima escultura del dios sanador. Naturalmente los encargados del templo se opusieron y como el tiempo transcurría si que llegasen a un acuerdo, el embajador romano, desesperado, aprovechando la noche, penetró en el templo y se postró suplicante ante a imagen de Esculapio. Semejante gesto conmovió al dios y su santa lengua se movió para hablar así: "No temas. He de ir con vosotros a Roma, pero no en mi figura, sino en la de esta culebra que tengo enroscada en mi báculo" Acto seguido la serpiente se desprendió del bastón, bajó al pavimento y, ante el estupor del embajador, se encaminó con el resplandor de sus relucientes ojos, y terminó embarcándose en la nave de los romanos.
Una vez que llegaron a Italia, mientras remontaban el Tiber, al pasar frente a una isleta, la culebra se lanzó al agua y se dirigió e la mencionada isla, donde desapareció. El cónsul romano, intuyendo el deseo del dios sanador, dispuso que allí mismo se debía alzar un tempo en honor a Esculapio. Lo cierto es que en ese momento cesó la gran epidemia que afligía a la península itálica y desde entonces el pueblo de Roma gozó de la protección del gran dios sanador.
Lo cierto es que la prematura y fulminante muerte de Asclepio fue causa de la sublimación del médico rey, pues, como suele ocurrir, es precisamente tras la muerte de un famoso, cuando su fama más se enaltece. Asclepio, incluso después de su muerte, llegó a representar para los humanos no solo la figura máxima de la medicina, sino que tanto se enalteció su figura y tan alta su gloria, que su recuerdo fue proyectado al mundo de los dioses y, desde entonces y durante toda la antigüedad, fue objeto de un culto fervoroso. Se erigieron santuarios en su honor a los cuales acudían en inacabable peregrinación enfermos en busca de la salud perdida procedentes de los lugares más apartados. Especial notoriedad adquirió el templo erigido en su honor en la ciudad de Epidauro -su ciudad natal- donde Asclepio -al que los romanos habían de llamar Esculapio- estaba representado por una gran estatua hecha de oro y marfil, portando un báculo en el que aparecía enroscada un serpiente. Se cree que el bastón viene a representar una característica de la profesión médica, la de ser una profesión itinerante por la necesidad que el médico tenía de caminar de un lado para otro para llegar al paciente que necesitaba su ayuda. La serpiente, con su periódico cambio de piel, simbolizaba la constante y necesaria renovación de la Medicina, que, como bien nos consta, persiste en nuestros días. Junto a este gran templo había una dependencia llamada tholos, que era una especie de archivo médico, repleto de tablillas inscritas en las que se detallaban los divinos y acertados consejos del dios médico y también donde se describían el tratamiento a debían someterse los pacientes para curar sus distintas dolencias.
De cuándo y cómo pasó Asclepios a Roma, cambiando su nombre por el de Esculapio, se cuenta que, con ocasión de una terrible y gran peste que afligió a Italia, fueron enviados mensajeros al oráculo de Delfos para suplicar ante el dios Apolo un remedio que atajase la epidemia. También consta que la respuesta del dios, por medio de su pitonisa fue literalmente la siguiente: "No has menester de Apolo, dice el dios, pueblo, Esculapio puede salvarte de tu trance". Entonces el Senado Romano, envió otra embajada al templo de Esculapio, en Epidauro con el firme propósito de incluso, si fuese necesario, de secuestrar y traer hasta Roma nada menos que la colosal y apreciadisima escultura del dios sanador. Naturalmente los encargados del templo se opusieron y como el tiempo transcurría si que llegasen a un acuerdo, el embajador romano, desesperado, aprovechando la noche, penetró en el templo y se postró suplicante ante a imagen de Esculapio. Semejante gesto conmovió al dios y su santa lengua se movió para hablar así: "No temas. He de ir con vosotros a Roma, pero no en mi figura, sino en la de esta culebra que tengo enroscada en mi báculo" Acto seguido la serpiente se desprendió del bastón, bajó al pavimento y, ante el estupor del embajador, se encaminó con el resplandor de sus relucientes ojos, y terminó embarcándose en la nave de los romanos.
Una vez que llegaron a Italia, mientras remontaban el Tiber, al pasar frente a una isleta, la culebra se lanzó al agua y se dirigió e la mencionada isla, donde desapareció. El cónsul romano, intuyendo el deseo del dios sanador, dispuso que allí mismo se debía alzar un tempo en honor a Esculapio. Lo cierto es que en ese momento cesó la gran epidemia que afligía a la península itálica y desde entonces el pueblo de Roma gozó de la protección del gran dios sanador.



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