miércoles, 28 de octubre de 2020

UNA ATRACCIÓN PRIMARIA

Cuando un excursionista camina plácidamente deleitado por las abruptas sendas de la montaña, y tiene la suerte de vislumbrar allá, a lo lejos, en un paraje recóndito, la oscura boca de una caverna, no puede evitar el sentir en lo más profundo de su ser una auténtica inquietud espiritual. Es que para el senderista, como auténtico admirador de la naturaleza que es, el descubrir y llegar a explorar una vieja cueva siempre constituye una experiencia apasionante. El descubrimiento de tan interesante accidente geográfico, suele provocar en todo hombre un cierto grado de intriga y curiosidad, y no puede evitar el preguntarse qué posible misterio se encontrará tras boca oscura de de la gruta.
Más, para el explorador nato, para esa clase de hombre que , incansable, tiene a gala vanagloriarse de un afán constante, genuino  y sentido de penetrar e intentar desentrañar  los misterios  y el espíritu de la naturaleza, y el de disfrutar contemplando las innumerables  maravillas que, a cada paso, ésta ofrece a sus ojos, especialmente perspicaces en este aspecto. Por ello cuando descubre una maravilla de tal calibre, como es una gruta inexplorada o, por lo menos, desconocida para él, siete una inquietud espiritual muy intensa;  yo diría que se trata de una profunda atracción instintiva y primaria. Indudablemente mientras camina acercándose a boca de la cueva, va convencido de que allí, dentro, le espera y va a descubrir algo mágico, algo que ha permanecido en estado de encantamiento durante mucho tiempo y que indudablemente está relacionado o, incluso, es fruto o parte consustancial de la remota existencia de la humanidad más remota y que , por  tanto, se trata de algo que en cierta forma le pertenece como miembro del género humano. Es que la honda atracción que una recóndita cueva despierta en el alma del hombre actual, sin duda encierra una motivación y unas raíces antropológicas que forman parte de nuestro patrimonio ancestral humano.
Todos somos conscientes de la estrecha, íntima y prolongada relación que el hombre primitivo mantuvo  durante milenios con estos recintos naturales de la superficie terrestre.  Como sabemos, las cuevas constituyeron para ellos, no solo los refugios más seguros donde guarecerse en aquel mundo agreste, sino también  donde habitualmente fijaban su morada y, por tanto, el hogar familiar. Sin duda, debió ser en las cuevas donde los hombres primitivos forjaron y organizaron su vida social y familiar, donde día tras día, maduraron sus aspiraciones, sus proyectos y sus sueños. Fue en el resguardo y al abrigo de  las cuevas, donde durante siglos y siglos  nacieron y se criaron sus hijos.
Yo estoy convencido de que, dada la estrecha y prologada interrelación que ha existido entre el hombre y las cavernas, es lógico que muchas de ellas conserven vestigios no sólo físicos, sino también espirituales, que nos hablen de sus sucesivas peripecias evolutivas, culturales e incluso sentimentales. Efectivamente, concienzudos estudios arqueológicos actuales, así lo están poniendo de manifiesto. 
Nada tiene de extraño, por tanto, que el solitario excursionista ante el descubrimiento de una apartada gruta, sienta instintivamente la irresistible tentación de adentrarse y explorar aquella posible morada de sus más remotos antepasados. Y en verdad resulta muy interesante la experiencia que se vive, cuando tras un acceso más o menos dificultoso, se adentra uno en uno de estos mágicos escenarios cargados de historia. En primer lugar ocurre, que en vez de extrañar aposento hoy tan inhabitual hoy día, se siente uno agradablemente acogido en su interior.  Es sorprendente la quietud, la serenidad y el sosiego que allí se respira. Se percibe como un ambiente excepcional, que misteriosamente infunde en el alma familiaridad, placidez y acogimiento. Sin duda, es que algo debe haber quedado en el interior de las antiguas moradas de nuestros ancestros más remotos, que las convierte en uno de los lugares más idóneos y apropiados para la meditación y para la introspección humana. Estoy convencido de que nosotros, los hombres de hoy, a pesar del tiempo transcurrido desde que la cueva fue habitada por nuestros antepasados, al encontrarnos en la que fue su morada, una fuerza interior nos capacita para revelar en lo más profundo de nuestra alma una especie de vibración psíquica que en cierta forma nos aúna espiritualmente con nuestros congéneres más remotos.  
Es normal que tan mágicos acontecimientos los vivamos con suma naturalidad y los valoremos y los apreciemos como algo muy nuestro. Todo ello viene a justificar, no solo el carácter primario de la mencionada atracción, sino también el porqué el misterioso ambiente del interior de la gruta nos predispone para la meditación profunda e induce nuestra fantasía e imaginación a desvelar, acaso con gran fidelidad, vivencias y sentimientos heredados y genéticamente guardados en los estratos más profundos de nuestra alma. 
 

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