martes, 13 de febrero de 2018

LAS PEQUEÑAS COSAS

  Existen en la naturaleza infinidad de seres a los que los humanos, corrientemente, les concedemos mínima importancia; Son esas cosas que solemos catalogar de insignificantes, aunque sean muy numerosas y que nos pasan desapercibidas. Podríamos afirmar que son cosas que aunque están ahí, para nosotros aparentemente no existiese y hasta creemos no influyesen en en nuestra vida cotidiana. Constituyen ese gran número de entidades que nos rodean y que acostumbramos a denominar con el apelativo genérico  de "pequeñas cosas". Sin embargo la realidad es muy distinta, y tanto es así que estoy por asegurar que esas pequeñas cosas, ese conjunto de seres aparentemente insignificantes, vienen a representar en nuestro mundo cotidiano algo fundamental, algo que deberíamos calificar, sin la menor duda, como la sal de la naturaleza. Si por desgracia y como consecuencia de una catástrofe  estas pequeñas cosas a las que tan poco aprecio concedemos desaparecieran bruscamente de la faz de la tierra, el mundo, este nuestro mundo al que estamos habituados, sufriría un profundo cambio  y se deterioraría tanto en su esencia que perdería su gran atractivo y sin duda nos resultaría extremadamente frío, imperfecto y nada acogedor.

  Quién no ha experimentado alguna vez esa sensación tan agradable y relajante que produce un paseo por el campo en una plácida tarde de verano. Ese sosiego que embarga el alma cuando se contempla la vegetación, los árboles majestuoso, el tupido matorral y la tierna hierva verde que alfombra la tierra. Es ese conjunto perfectamente armónico  que conforma el paisaje y que subyuga. Es algo etéreo, rebosante de belleza que  late vivo y palpitante y que nos envuelve por todos lados y nos emborracha a través de todos y cada uno de nuestros sentidos y embelesa nuestro espíritu. Todo ello viene originado por infinidad de delicados estímulos: ahí está el melodioso trino de las pequeñas aves del bosque, el sonido suave de fondo que producen las delicadas hojas de los árboles a ser acariciadas por una suave brisa, el uniforme y eufónico, persistente y cadencioso  sonido de fondo que producen los millones de insectos que habitan el vergel, la emanación propia e indescriptible que desprende la vegetación y la tierra en su conjunto. A todo ello se suma esa sensación de frescor y pureza que se respira por todos nuestros poros mientras contemplamos casi sin percatarnos de ello y con cierto grado de indiferencia esa infinidad de verdadera maravillas que constituyen la incontables pequeñas florecillas sabiamente esparcidas por doquier. Son numerosos y pequeños detalles  cuyo conjunto prestan al bosque un grado supremo de encanto y grandiosidad y son los cuales los ojos humanos lo percibiríamos sólo como una inmensa frondosidad verde pero monótona, aburrida e incluso cargante.
En resumen, ante un tranquilo paseo por el bosque, si nos paramos a analizar detenidamente el paisaje y nuestro entorno en su conjunto, hemos de aceptar, como una realidad palpable, el hecho de que son estas pequeñas cosas, esta gran cantidad de pequeños seres vivos y todas esas sensaciones propias del bosque, las que nos vienen a proporcionar uno de los mayores placeres de los que el ser humano puede alcanzar a gozar. Tanto es así que está más que demostrado que un excursión a través  del monte, un recorrido siguiendo la ribera de un arrollo contemplando el alegre discurrir de sus aguas cristalinas, el sentarse sobre una privilegiada atalaya, vienen a constituir los procedimientos más eficaces para serenar el espíritu, relajar el alma y desembrollar la mente. Nada tiene de extraño el que ese contacto con la naturaleza constituya uno de los ejercicios terapéuticos más eficaces para luchar contra el estrés, así como para sobreponerse al agotamiento psíquico y borrar la ansiedad y muchos tipos de depresión. 

  Muchas veces me he detenido a pensar e intentar explicarme cómo y por qué mecanismo actúa la percepción prácticamente inconsciente de ese mundo de las pequeñas cosas sobre la mente humana para desencadenar tan beneficiosos efectos. He llegado a la conclusión de que se trata de un verdadero enigma, de algo así como desconocido y misterioso sentido que radica en lo más profundo  de nuestra psique y que es digno de la mayor valoración. Mi hipótesis consiste en que además de nuestro "yo" consciente que tiene la capacidad de analizar y valorar lo que se percibe de una forma real, existe un "yo paralelo pero inconsciente" cuyo espectro de perceptibilidad es mucho más amplio y minucioso, que viene a comportarse como una sensible placa fotográfica capaz de captar hasta los más mas mínimos detalles tanto aislados como en su conjunto y transmitirlo con toda minuciosidad a las áreas más sensibles y profundas de la mente - áreas del subconsciente. Cambien es lógico pensar que debe existir una íntima interrelación automática entre la percepción consciente y subconsciente de tal forma que ambas se complementen  y por ello el resultado final y definitivo sea lo suficiente perfecto para integrar todos los estímulos que captan nuestros sentidos tanto de una forma consciente como inconsciente en un conjunto perfectamente sincronizado y armónico